La doble vida de los políticos

La doble vida de los políticos

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          Hubo un momento en que esta idea surgió de lo profundo. No fue querida, ni pedida, ni presentida, ni sospechada. Surgió de improviso. Y con terrible fueza. Cuando el todavía Presidente del Gobierno llegó a la Sede de su Partido, tras el tercer e incompleto debate. Se volvió hacia los suyos, ya enfocado por las cámaras, y dijo algo así como: «¿Sabéis lo que os digo? ¡¡¡Que vamos a ganar las elecciones!!!» Aplausos y signos de alegría. Era lo que los suyos necesitaban. Por eso lo dijo. Planeado.

          Pero sobre todo, apareció de pronto en pantalla la idea clara de que el personaje estaba viviendo una doble vida. La Sede, sus más cercanos, toda la población que pensaba votarle, media España – o un tercio de la misma, más bien – eran su esposa oficial, la reconocida, la pactada desde antiguo. Pero había otra. La oculta, la tapada, la que realmente llenaba su corazón. A la que sería fiel, por encima de a su esposa formal: La obediencia debida a los admitidos como Superiores, al FEM, el WEF.

          Los políticos – todos – llevan una doble vida. Del mismo estilo que las que llevan todos esos tiparracos que engañan a sus esposas con una amante fija. Hace tiempo se comprometieron con la primera. Pero luego cambió el panorama. La primera ya no era suficiente. La otra ofrecía algo que la primera no tenia ninguna posibilidad de dar. Y, sin dudarlo, todos ellos aceptaron los obsequios de la segunda. Pero seguirían haciendo la comedia con la primera. Todos. Y eso es lo sorprendente … 

          Las necesitan a las dos. Cada una llena una mitad de su existencia actual. Y ambas mitades son diferentes, opuestas, pero necesarias, imprescindible. Ambas. No hay ningún problema en mantener el Engaño. De hecho, son como dos Universos distintos, que nunca han de coincidir en el espacio-tiempo. Cuando el telón se cierra para la primera, se abre otro, en otro lugar diferente, con distintos espectadores. La segunda. La preferida, la imprescindible hoy en día. Una nueva comedia.

          Porque ya toda su vida es comedia. O tragedia, más bien. Comedia para el actor. Tragedia para quienes han de sufrir las consecuencias de esa doble vida. Que es, al azar, una parte de la población. Generalmente, la más débil, la más crédula, la más inocente, infantil, confiada, sumisa, ilusa. Que sólo ve la parte oficial. La televisada. Los mítines, los inicios de los Consejos de Ministros, cuando entran los informadores gráficos. Las conferencias, las salidas y las llegadas de los viajes, las recepciones, las entrevistas en medios propios. En esa vida se explica la versión asumible, la bien tramada. La que parece limpia, impecable, honrada, generosa, coherente, correcta. De la que se puede presumir. La que se puede contar.

 

La doble vida de los políticos

 

          Luego está la vida oculta, la imposible de defender, ni de contar. Ni sospechar que exista se debe permitir. Los temas a tratar en los Consejos de Ministros, los Decretos, las adjudicaciones por vía de Urgencia, las conversaciones habidas durante los viajes, las llamadas y mensajes con los Cómplices europeos, con los Protectores, a los que se juró obediencia hasta la muerte.

          Esta es la vida verdadera, la útil, la que labra un porvenir brillante, de Elegido. Para él y para sus familias. Para sus partidarios, aunque habrá que hacer una selección, posiblemente. Ya negociará entonces con los Protectores. A él se le da bien negociar, regatear, prometer,  engañar. La gente de la otra vida, de la oficial, no tiene ningún valor. Son reses condenadas al matadero. Son ganado, plaga … ¿Qué sentido tiene preocuparse de ellos?

          Son tan fáciles de engañar … «¡Ya he vuelto, cariño …!» Y ella cae una vez más en tus brazos, dichosa de tenerte de nuevo con él. Y te pregunta, con los ojos muy abiertos y la sonrisa de siempre en los labios: «¿Todo ha ido bien en este viaje?»  Ya sabe la respuesta, pero espera oírla una vez más de tus labios.. «Sí, cariño, sí. Muy bien. Como siempre. Pero vengo muy cansado de este viaje.» «Claro, claro, lo comprendo. No te molestaré apenas …» Y se retira discretamente. Se lo creen todo …

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