Un poco de Reconocimiento no está nunca de más

Un poco de Reconocimiento no está nunca de más

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Un poco de Reconocimiento no está nunca de más

Comentario de esta Casa.  Un poco de Reconocimiento no está nunca de más

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         No creemos aquí que exageren. Sobre todo para el personal en activo. Los jubilados ya tenemos menos mérito. Tuvimos menos presión. Pero los que trabajaban … ahí están los Héroes más señalados. Porque lo que ocurrió a nivel mundial fue una especie de hecatombe, en el sentido moderno de la palabra. Fue el mundo entero volviéndose loco. Como si les hubiera entrado al 80 o al 90% de la Humanidad una locura no temporal. Permanente.

         Lo que sucedió fue que unos pocos descerebrados, los peores ejemplares de la Huamidad, pero de una Humanidad enferma, insana, poseída por la locura, fuera la que gobernara el mundo. Y todos los que no eran héroes, les obedecían. Y todos hacían lo opuesto a lo lógico, a lo razonable, a lo sensato, a lo juicioso. Por todos los medios de comunicación llegaban órdenes absurdas. Y la gente las obedecía. Las seguía, aunque eran irracionales. Pero todos parecían ganados por la misma irracionalidad. Y lo que era absurdo lo veían normal, digno de ser asumido y seguido.

         Y si te parabas a explicarles que todo aquello era infantil, absurdo, perjudicial, te llamaban de todo, conspiranoico, terraplanista, antivacunas, irresponsable, insolidario … Había que obedecer órdenes irracionales para ser considerado un ser racional. Y lo peor es que intuías que algunas de esas ordenes suponían un peligro para tu integridad física y la de tu prole. Porque nunca se habían hecho tales cosas.

         Porque físicamente era imposible producir una vacuna en menos de un año. Cuando lo normal era que costasen 10 o más años hacer todas las pruebas necesarias para conseguir una vacuna eficaz y segura. Y ahora las habían producido en diez meses. Eso no era técnicamente posible. Porque los ensayos a largo plazo no se podían haber realizado. Había faltado tiempo. Pero era igual. Seguían insitiendo en que había que ponérselas. Sólo podías pensar una cosa: Todo el mundo se había vuelto loco.

         ¿Qué hacía falta para no dar tu brazo a torcer y unirte al grupo de los locos? Confianza en ti mismo. Una confianza absoluta en que tú estabas en lo cierto y ellos, los más, todos los demás, estaban ciegos para no ver lo que para ti estaba tan claro, era evidente. Sólo eso. Confianza en ti mismo. Claro que esa confianza se había adqurido a base de pasarte horas y horas ante el ordenador, mirando y analizando lo que decía éste, y éste otro, y éste otro, y el otro, y el otro … y así hasta el infinito. Y eso días y días. Semanas.

         Había que ligar afirmaciones con visos de acierto con otro que hacía otras que encajaran con las del primero, Y así, hasta tener localizada una cadena de opiniones de personas capaces, sensatas, que ofrecían credibilidad. Aunque hablaban de temas que uno no dominaba en absoluto. Pero el sentido común funcionaba. En los que funcionaba.

         Y luego hablar con compeñeros, amigos, conocidos, que sintonizaran con tus argumentos. Y ellos ofrecían otros que confirmaban los que tú habías obtenido. Unos reforzaban a otros. Y la seguridad se instalaba en ese grupo de «iconoclastas», de rebeldes con causa. Y ya se tenía la fuerza para salir al exterior a procurar encontrar más amigos o conocidos que opinaran igual. Dentro de la marea de persoans que no querían ni hablar contigo, en cuanto te veían el cariz de lo que defendías. Era la sensatez y l acordura contra una multitud de seres desconocidos, mentalizados, hipnotizados, adversos.

         Confianza en ti mismo y mucho sentido común. El sentido común era lo que te permitía estar confiado en que acertabas tú y se equivocaban la inemnsa mayoría. Npo podáis fijarte en el núneor. Había que fiarse sólo de la Lógica, de la sensatez, de que no hubiera fallos en tu argumentario, en tu descripción de lo que estaba sucediendo. Había aspectos desconocidos. Pero otras cosas eran forzosamente omo tú las defendías.

         No como decía el resto de la población. Que tú veías que no eran capaces de aportar nada que te sacudiera de tu convicción. Esa era la mejor prueba. Ninguno pensaba, ninguno investigaba, no se informaba por múltiples fuentes. Ninguno removía nada como tú lo habías hecho. Por eso estaban vacíos de ideas. No sabían debatir, no tenían ninguna información más allá de las consignas oficiales. Eso los uniformaba en la ignorantcia. Y eso te daba confianza en tus averiguaciones.

         Por eso resistimos.

      

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