Cuerpos de adulto con mentes de niño

Cuerpos de adulto con mentes de niño.

 

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Editorial 
Cuerpos de adulto con mentes de niño

 

            No es extraño que al final las cosas que conocen muchos acaben por saberse. Lo sabrá todo el que dedique tiempo a enterarse. Porque si está tan cómodo, en su casa, sin contactar a nadie de los que se enteran, viendo sólo los medios de comunicación corrompidos, en poder de los enemigos, en tal caso no se enterará de nada.

            Pero será porque no ha hecho el menor esfuerzo para enterarse de qué pasa en el mundo real. Y para no sospechar que pasan cosas extrañas, que conviene enterarse de qué pasa realmente, para no percibir nada anormal en el entorno de uno, hace falta tener el cerebro de un niño antes de cumplir los 7 años. Edad en que siempre se dijo que nos entraba el uso de razón.

            De una persona que no se entera, porque no ve nada extraño en el mundo, no cabe sino concluir que no tiene aún el uso de la razón, la edad de la razón. Eso significa que no debe asumir ninguna responsabilidad de tomar decisiones en nombre de otros, porque está totalmente incapacitado para hacer tal cosa.

            Una persona así no puede optar a ningún puesto de mando, de responsabilidad. Ni en su Comunidad de vecinos, ni en su Ciudad, ni en su Comunidad Autónoma, ni en los Órganos de decisión de la Nación. Porque es como un niño. Se le engaña con cualquier nadería.

            Asombra y apena ver cuántos de los que nos rodean pertenecen a este tipo de seres. No lo sospechábamos. Nos parecían nuestros iguales. Pensábamos que razonaban como personas mayores, como nosotros mismos. Nunca nos imaginamos que fueran niños pequeños.

            Los que nos asomamos al mundo y leemos lo que otros han escrito, en otros continentes incluso, vamos aumentando do nuestro caudal de conocimientos sobre lo que ha estado pasando.

            Es regocijante comprobar que nuestras sospechas, nuestras deducciones, nuestras premoniciones, se van confirmando, convirtiendo en realidad. “¡Ya me parecía a mí …!” surge sin querer en nuestro interior.  Y uno respira más tranquilo. Al menos, no íbamos desencaminados.

            Y cuando uno recapacita y trata de encontrar los orígenes de esa despreocupación casi universal, le llegan ideas que ha leído. Y recuerda la “disonancia cognitiva”. Pero tal concepto no puede estar en el origen del mal.

            Porque para que haya tal disonancia, el concepto erróneo ha de estar ya muy introducido en la mente de nuestro interlocutor. Ha de haberlo hecho suyo ya. Y es cuando oye lo contrario cuando reacciona.

            Pero eso sucede porque ya la realidad es contraria a su diagnóstico personal. Luego el error se ha apoderado de su interior antes de la disonancia. Precisamente, lo que el sujeto no desea es tener disonancias.

            Y aquí puede estar la clave para entender a nuestro espécimen: Él aborrece la disonancia. Tener dos posibles soluciones a un enigma le molesta, le causa dolor. Y se vuelve contra el mensajero que la origina.

            Nuestro sujeto cómodo tiene una mente simple. No le gusta discurrir. Ha discurrido poco en su vida, poquísimo. Tal vez hasta haya leído poco en su juventud y en su edad adulta. No tiene la mente acostumbrada a pensar. Quizás en su vida diaria se limita a reaccionar ante las circunstancias que le llegan. Unas son favorables y se alegra. Otras son adversas y se enfada por el hecho.

            Toda su actividad consiste en reaccionar ante los hechos de la vida. Porque ante eso no hace falta pensar, sólo sentir. No hace falta resolver nada, decidir nada. Ni hace falta discurrir, hallar la solución de ningún problema.

            Es fácil que a nuestro sujeto no le guste discurrir, resolver problemas. Ni siquiera tenerlos, planteárselos. Porque sabe que no va a saber resolverlos. Que es malo – o mala – para resolver los problemas que la vida le presenta.

            Y una defensa para tal forma de ser es deshacer los problemas, anularlos, no creer en ellos. Si no cree en ellos, si no los materializa, no existen para ella. Y vive tranquila, sin agobios. Porque no saber qué hacer, qué camino tomar, le agobia.

            “¡No me agobies!”, tal vez sea una frase que esas personas empleen con frecuencia. Porque se agobian por nada.  En cuanto tienen un problema, por mínimo que sea, se siente incómodas. Se agobian. Eso significa que los suyo no es la mente, sino el corazón. Que reacciona él solo, sin que el portador tenga que hacer nada.

            Por tanto, podemos apuntar – si no erramos – que las personas perezosas, cómodas, más emocionales que mentales, sencillas, que no trabajan en nada que precise el uso de la mente. O que no trabajan más que en su casa, con sus brazos y con su cuerpo, no con el ordenador. Las personas que no han tenido que ganarse la vida, que salir adelante con su esfuerzo personal, podrían ser las más propicias a ser víctima sumisa en este desastre de vida que pretenden crearnos alrededor.

            Los problemas del mundo futuro, las acciones a tomar para desmantelar tanta maniobra criminal, tendremos que acometerlas los que no nos hemos dejado engañar. Los que no cedimos el cuerpo a experimentos extraños. A quienes desconfiamos de los cantos de sirena. A los resistentes. No a quienes viven en una nube por propia decisión. O por su incapacidad para aterrizar en este mundo. Que es un jungla. Pero eso sólo los niños lo ignoran.

            Esto es el preámbulo del artículo de mañana. Que tal vez haya que convertir en toda una Serie. Porque se las trae … Como lo de las Armas de Energía Dirigida. Pues no anda lejos

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Cuerpos de adulto con mentes de niño

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