Bronca en lo Alto

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           Estamos en la Sala de Consejos de una de las Corporaciones más insignes del Reino Unido. En torno a la enorme Mesa se sientan tan sólo media docena de mandatarios. Ninguno parece estar de buen humor. Pero el que más gestos iracundos hace es su Presidente. Los demás, que le conocen bien, saben que no cabe en sí de ira. Se lo hizo patente al convocarles a aquella reunión extraordinaria. Los Consejeros estaban serenos, aunque inquietos. Era evidente que las cosas se habían torcido. Desde hacía meses. Algunos esperaban que todavía fuera posible reconducir la situación.

           Os supongo enterados – dio comienzo el Presidente de la Junta de Promotores – de las desastrosas estadísticas que nos han pasado desde el Gabinete de Control.

           Se oyeron murmullos de asentimiento y gestos afirmativos de cabeza. Ninguno quería hablar. El Presidente prosiguió:

           ¡¡¡Esto es una burla!!! ¡¡¡La marcha del proceso no sigue ni de cerca las cifras que se nos apalabraron!!! ¡¡¡¡Alguien está jugando con nosotros y exijo saber quién es!!!!

           Todos se miraron con cara de sorpresa. La idea de que hubiera un traidor entre los asistentes nunca pasó por la cabeza de ninguno de los reunidos. Salvo del Presidente, a lo que parecía. Varios negaron con la cabeza, sin mirar al Presidente. Se miraban entre ellos. El Presidente bajó un poco el tono de la voz.

           No quiero decir que haya un traidor entre nosotros. Pero alguien nos está traicionando. De eso no cabe la menor duda. Eso es lo que quiero saber. ¡¡¡Quién nos traiciona miserablemente!!!

           Los reunidos suspiraron aliviados. Al cabo de un rato – cuando ya el silencio se hacía pesado – el de más edad se atrevió a preguntar:

           ¿En qué dirección debemos mirar para localizar esa traición que os resulta tan evidente, Presidente?

           Este respondió con voz airada: 

           Los datos que hemos recibido son tan claros, que esa pregunta debe responderla la Mesa. Leeré los datos últimos y os lo preguntaré yo a mi vez.

           Manejó varios papeles, que sacó de su maletín, y tomó uno de ellos.

           Este Informe se refiere a las bajas producidas por las inyecciones. Todo sabéis que la población mundial a prescindir es de 7.500 Millones de personas, repartidas por todos los continentes.

           Hizo una pausa, miró a los reunidos y todos asintieron. El Presidente siguió:

           Suponiendo una edad media de 80 años, cosa que es excesiva, pero que juega a favor de mi sospecha, esos 7.500 millones debieran morir como muy tarde en 80 años. Eso da una tasa de mortandad de 94 millones de personas al año. Esa es la cifra de muertes anuales sin hacer nadie nada, por ellos mismos, por ley de vida. Nosotros hicimos un Plan para que eso se acelerara y sucediera en 8 años, no en 80. Por tanto, debieran morir 940 millones de personas al año, en lugar de 94.

           Todos asintieron con la cabeza. Y prosiguió el Presidente:

           Nuestros Contactos nos aseguraron que ello se podia lograr con base a las vacunas. Que se distribuirían por todo el mundo, sin excepción. Cada nación recibiría su lote de vacunas, para toda la población. Pero luego la realidad es que sólo dos continentes y medio las recibieron, Europa, América y la mitad de Oceanía. Eso lo supimos hace meses y no hubo manera de aumentar la producción.

           Nuevo asentimiento general.

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           Pero los datos que nos llegan de esos continentes, y eso es lo que me exaspera, no son los debidos.  El porcentaje de mortandad debiera ser de 10 veces más, es decir, el 1.000 por cien. Y en lugar de eso las últimas cifras rondan un ridículo exceso de mortandad del 16%. Es decir, 62´5 veces menos. ¡¡¡Esto es lo que no se puede admitir!!! Que se nos escamoteen bajas y éstas sean 62´5 veces menos de las comprometidas. ¡¡¡Estamos en el 1´6% de la meta propuesta por nosotros, y aceptada por nuestros Contactos!!! ¿Alguno de los presentes puede explicar estas cifras sin pensar en una traición canallesca?

           Esta vez el silencio se prolongó durante 10 largos e interminables minutos. Todos miraban fijamente a la mesa. Ninguno osaba levantar la vista hacia el Presidente. En vista de ello, éste tomó de nuevo la palabra:

           Ya que nadie me responde, lo haré yo. Nombramos una Comisión de tres de vosotros para entrevistarse y conseguir el compromiso de nuestros Socios. Redactamos aquí el Contrato. Éste no se modificó, salvo en aspectos de importancia secundaria. Pero las cifras estaban confirmadas. Y esas cifras distan mucho de haberse cumplido. Luego la traición tiene un nombre y una ubicación, nuestros Socios, nuestros Contactos, los Fabricantes. ¿Hay alguna duda?

           Nadie levantó la voz. Otro larguísimo silencio. Al cabo del cual el miembro más longevo preguntó con vos temerosa:

           ¿Y qué podemos hacer, Señor Presidente? Los necesitamos para las próximas campañas … 

           El Presidente calló. Él también se había hecho esa pregunta. Y no tenía claro qué hacer.

           Hay varias opciones, desde luego. Podemos dar un escarmiento en la persona de alguno de los Directivos que llevaron las conversaciones. Pero ello podría romper las relaciones con ellos. Y eso sería peligroso. Alguno podría volverse contra nosotros. Y aun con las precauciones que tomamos, podría denunciarnos. Y eso no nos conviene …

           El Presidente no terminó su discurso. Se llevó las manos a la garganta y pareció ahogarse. Llamaron a su Enfermera, que siempre lo acompañaba adonde fuera y estaba en la habitación de al lado. Se interrumpió la reunión.

           Reunión que no volvió a reanudarse por la ausencia definitiva del Presidente … 

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