La Creación
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© Copyright Fernando Conde Torréns
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Entre las gentes del valle
se dice, y todos lo aceptan,
que Dios ha creado el mundo
con su infinita Potencia
y que ellos son criaturas
miserables y pequeñas,
y que por sí nada pueden,
y a Dios sus ruegos elevan.
Necesitan sacerdotes
y ellos celebran sus fiestas
para dar gracias a Dios
porque envía las cosechas,
y porque les da los hijos;
y pedir que los proteja
del pecado y del infierno,
del hambre y de las dolencias.
Bien está, pero esos ritos
construyen una quimera :
La de que Dios está lejos,
la de que Dios está fuera,
que Él es un Dios personal,
la Divina Providencia,
que va repartiendo dones
y que va poniendo pruebas;
que lleva el carro del mundo
como un arriero las riendas,
corrigiendo puntualmente
si el carro el camino deja.
Dios que exige ser amado,
Dios que nos vigila y vela,
Dios que a veces se arrepiente,
Dios que castiga y que premia
porque no siempre las cosas
suceden como Él desea.
Tal conjunto de doctrinas
un «montaje» representan,
en el que el humano es polvo
y en el que hay una barrera
infinita. En lo alto, Dios.
Los humanos, a mil leguas,
allá, al fondo del barranco,
rodeados de miserias,
negligencias y pecados,
pecados y negligencias.
Si entre tanto desatino
alguien de pronto recuerda
algún fragmento del Libro,
como que «el Reino está cerca»
o bien que «Dios se ha encarnado»,
que «el Reino está dentro nuestra»,
vienen nuestros moralistas
y vienen nuestros exégetas
y con el ceño fruncido
nos dicen que si la Iglesia …
que si orgullo desmedido ….
Ninguno de ellos se entera
de que el aire que respiran,
todo lo que les rodea,
cada átomo de su cuerpo,
su íntima Naturaleza,
esa parte más profunda
y más sutil que es su Esencia
participa, ¡qué milagro!,
de la Divina Potencia.
Y que no son poca cosa,
ni están hechos de miseria,
y que no son criaturas,
ni tampoco son pequeñas;
de que Dios no está Allá Arriba,
de que no existe barrera
ni grande ni diminuta
entre su Esencia y la nuestra;
que somos un trozo de Él
pero inmerso en la materia,
de la que hay que liberarse
para ser ya pura Esencia.
Que somos la Creación,
pero que es de otra manera.
No es Dios el que crea el mundo.
Él es el que se re-crea,
el que crece, se hace grande,
aún más grande, el que progresa,
comenzando por no ser
y que lo que no es, sea.
Es Él, no somos nosotros
quien crece en este planeta.
Él es, Él, la Realidad.
Nosotros, pura apariencia,
disfraz tras el que Él se oculta,
etapa que atrás se deja,
valla que hay que superar,
espejismo que se quiebra
mediante el Conocimiento
de que es única la Esencia,
que toma diversas formas
si a la Plenitud se acerca.
Se viste de Humanidad
cuando ya toca la Meta.
Unión mística, Nirvana,
Samadhi, Tao ... ¡ qué pena
que a la misma Realidad
la dividan mil fronteras !
Hablar de Él y de nosotros
es dormir aún la siesta.
Fijarse sólo en lo múltiple,
estar en la «infancia» plena.
Ocuparse en poseer,
hacer de los bienes meta
es ser un «niño de pecho»
que el ya Plenitud contempla
con esperanza, cariño
y sonrisa de tristeza,
pensando en cuanto dolor,
cuanto daño y cuanta pena
repartirá en derredor
hasta hallar la Vida Plena,
pero sabiendo también
que todo el daño que hiciera
sólo servirá de impulso
que incite a buscar la Meta
a otros mil «niños pequeños»
que por el mundo gatean.
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La Creación